Lery hace una reescritura de la subjetividad del tiempo partiendo de la idea del detenimiento y con este, la posibilidad de ver más allá de las cosas, de apreciar las grietas mayúsculas del alma: hay una pulsación constante que nos acerca a la muerte, al silencio, a nutrir la mirada de los detalles solamente perceptibles cuando se ralentiza el tiempo en nosotros. Su escritura juega con la cualidad confesional del monólogo interior compartiendo el momento más íntimo y absorto con una fuerza expresiva incendiaria: la desesperación de reconocerse sola y con la soledad, las maneras en las que el poema nos refleja.
Lery tiene una poderosa carga simbólica en sus imágenes poéticas, acercándonos a sus inseguridades vitales circundantes y logrando una cercanía desgarradora. Sus poemas tienen esa voz madura de quien ha trabajado con cuidado la palabra, puliendo la expresión hasta llegar a la honda claridad para quizá nunca más tener que estar tarde en todos los relojes. —Claudio Troisemme.
Aquí compartimos cuatro poemas suyos que aperecen en su libro “En todos los relojes, tarde” (2016), publicado por la Editora Nacional.
La flor, la mujer
La miro desde una soledad que no es de mujer.
Me mira desde una soledad que no es de flor.
Me cierro, me deshojo, me apago.
Ella solo tiembla:
Diosa en el miedo.
Miedo a su única primavera.
No se trata de la vida: intentamos pasar como pasa el tiempo.
Pasa el grito.
Pasa el sollozo.
Pasa la mudez.
Y seguimos aquí.
Yo también le temo a ciertas horas de luz.
Porque no es fácil.
No es fácil envejecer atestiguando los atardeceres de esta isla.
Así,
a las seis de la tarde,
al aire libre,
al suelo rígido,
a la brisa salada,
al calor de agua,
a la nostalgia dorada y perfecta.
Porque aquí es voraz hasta la flor
Y el sol no es un astro, sino un hacha sangrienta
que se hunde en el pecho de la tierra.
Despacio. Despacio y hasta el fondo,
en cada ocaso.
A esa hora hay que callarse.
No como las algas,
sino como la arena
o los arrecifes.
Entonces, una quietud muy tenue nos corteja:
apenas vivimos.
Es imposible asimilar
una idea remota –por ejemplo- de la muerte.
¡La muerte! Ese estado augusto en que están
los que aprendieron a vivir en silencio.
***
Ella sigue mirándome.
Es un montón de pétalos a punto de la libertad.
Su miedo es ajeno al miedo más abrupto: la floración de la palabra.
Es miedo ajeno al miedo de ver.
¿Cómo será el miedo que no es este miedo?
Dios lo sabe: no se trata de la muerte.
Yo le temo a ver demasiado.
A ver, por ejemplo, las partículas de polvo
que cruzan frente al espejo a mitad de ciertas mañanas.
Por eso siempre hablo de cortinas,
como las mujeres ordinarias,
(cuando hablamos de cortinas
–silencio-
estamos hablando de miedo,
estamos hablando de soledad)
…Como las mujeres ordinarias,
que también están solas, todas.
Ni menos solas, ni más.
Solas, sin adornos.
Porque la soledad siempre es absoluta:
no se sufre de apoco
ni tiene medidas
…Y hablo de tristeza
No por estar triste –lo juro-
sino porque es una palabra bellísima:
Tristeza.
La tristeza.
Tristeza.
Es un cristal creciendo
en estos ojos cerrados
y temerosos de un albor que es apenas posible.
***
…Ella sigue mirándome desde esa soledad salvaje,
desde su belleza decadente,
desde su cuerpo tintado,
desde su vaso de agua.
¿Qué es una flor si no una rama bien vestida?
No resistirá el tacto,
No resistirá la ausencia.
No puede humana.
No puede sostener el alma.
La aplasta la promesa
inquebrantable de vivir.
Los ojos se cierran
y la vida se abre indefinidamente.
Los ojos se abren y la vida… no sé.
Ya no sé custodiar esperanzas íntegras
ni amores sutiles.
Me quedo sin música, sin lenguaje.
Más nada.
Vuelvo a callarme, como al principio.
Oigan bien: vuelvo a callarme.
Con horror.
Volver al silencio siempre es lúgubre
porque aquí nada te ata a la vida.
Porque no sabes si tendrá fin.
Por eso anuncio cuando voy a callarme.
Por eso me callo como si muriera.
…Si un instante nos hace universo
y nos hace efímeros, es éste.
Este silencio.
Posesión de la noche
Dejó de llover,
pero aún los goterones se filtran
por el intenso follaje del almendro.
Siento el pulso de la noche:
amplia, abierta…
Tres palpitares
y no encuentro belleza
más sutil que la de esta quietud.
Tres latidos y no encuentro el tiempo.
Equilibrio.
No sé qué tengo yo con este instante,
pero soy suya.
No sé qué tengo yo,
pero vuelo.
Transición del sueño
Duermo. Soy la única presencia que queda,
pero desdibujada, turbia, ¿probable?
Ignoro todo.
Afuera es un vocablo sin significado, absurdo.
Soy la existencia entera en este letargo
y ¡vivir es un punto de conciencia tan diminuto!
Es –no está- es oscuro.
Las formas, las precisiones, los bordes… no existen.
¿Qué sentido tienen ahora las palabras?
Las palabras, plumas que danzan a merced de cualquier soplo.
Las palabras, el fantasmal laberinto
en que me he pasado la vida.
¿Qué sentido tiene ahora la hora?
Yo, con otro nombre.
Mi casa en otra casa.
La fecha en otro tiempo.
Estos versos a otro pulso.
¿Duermo o no?
¿Sueño o imagino?
…Ya no puede engañarme la noche:
sé que en algún lugar hay una grieta.
Despierto.
El reloj volvió a detenerse
y la cinta en mi cabello se ha desatado.
Son cosas, cosas y más nada.
¡Las cosas y su seca realidad!
Cada mañana vuelvo a asumirlas como parte de vivir.
¿Y si un día me resistiera?
¿Un día?
El día.
¿En qué momento abrí los ojos?
¿En qué momento amé?
¿En qué momento supe?
Despierto, ya sé.
La luz.
Las voces.
Afuera ha recobrado la vida y lo sé antes de abrir las persianas.
Otra vez tengo calor, edad y nombre.
Otra vez sé que soy una mujer.
Que soy negra, de ojos negros,
pelo negro,
canto negro
y manos débiles.
Despierto.
¿Resisto al día o el día me resiste?
Resistir es una palabra de dimensiones ocultas en el sueño
y exorbitantes al despertar.
¿Resisto al cuerpo o él me resiste?
Todas mis preguntas son respuestas de sí mismas.
Nunca sé si indago o respondo.
Si continúo, me equivoco.
Si me detengo, me equivoco.
Si vuelvo atrás, no habrá paso, no habrá espacio.
Sólo el pasado está cerrado
y sólo el pasado está abierto.
Abierto en los ojos,
Abierto en el pecho,
Abierto en la carne.
Me levanto.
¡Me levanto con tanta vida a cuestas!
Raúl
Tu silencio nunca ha sido silencio,
yo siempre lo supe.
Y mis palabras nunca fueron palabras.
Eso también es irremediable.
¿Por qué queremos ser más
que la nada si la nada lo es todo
al fin de la jornada?
Somos, si acaso, retazos de vidas.
Eso somos todos los que aprendimos
a apretar fuertemente el abrazo.
Por eso somos tristes.
Por eso,
algunos domingos,
nos tiemblan los labios
al pronunciar el nombre impávido
de alguien que somos y no está.
Por eso,
en la metástasis de la soledad,
nos preguntamos qué sería
este instante sin la nostalgia.
¿Un reloj pausado, tal vez?
¿Cenizas sin visos de una llama?
Las preguntas son lo único sólido
ahora que el pasado ha crecido tanto.
Ahora, que tu silencio es muerte
y mi palabra, verso.
Ahora, que todo lo que falta por vivir
ya es poco y ruinas.
¡La luna, esta noche, es una brillante congoja!
¿Cuántas veces te invité a mirarla,
a estar afligidos bajo su luz blanca impura?
Algún día, quizás, te extrañe.
Algunas cosas no cambian.
A pesar de tu odio,
a pesar de mi dolor,
a pesar del pesar, del siglo, del sino…
la espiga sigue siendo espiga
y, la lluvia, triste.
El pasado debe seguir siendo
una brisa tenue, fresca y salada.
Sin matices ni fantasmas.
Sin luto ni gloria.
Sin roce ni cuerpo.
Yo sé: tú sabes que miento.
¿De qué sirve ahora la verdad?
¿Cómo descifrarla?
El pasado es tinieblas,
igual que el futuro.
No tiene firma ni dueño,
lugar ni estación,
memoria ni puerto.
El final está sellado
y nosotros, lejos.
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