Junior participó de la convocatoria abierta al público del Reto Poético de Frasco de Paisaje, de la plataforma cultural Moñohecho. Aquí compartimos los poemas suyos correspondientes a la versión del reto celebrada en el 2018.
Para conocer más detalles sobre qué es el Reto Poético, entra en este enlace.
RETO POÉTICO
      Éxodo
      
        Subiendo por una cuesta
        de la arteria del General
        uno se pregunta,
        ¿Dónde termina el ocaso
        y empieza esta hoguera de carros?
        si los óleos del crepúsculo
        han incendiado los autos,
        si las luces de los vehículos
        han herido al rey astro.
        ¿Quién habrá puesto esta cárcel
        para los caballeros armados de algodón
        hasta los huesos?
        ¿Quién habrá puesto este oasis
        a quien le espera en su cuarto un infierno?
        Sangrando el día mientras se sube la cuesta,
        uno puede preguntarse
        ¿Cuál es su Tierra Prometida?
   
      
    
      La canción de todos los tiempos
      
        Dicen que a Paul McCartney
        le vino "Yesterday" en un sueño,
        que un milagro creativo
        lo arrebató del germen de la inconsciencia.
        Todos somos McCartney en Santo Domingo
        donde a veces parece
        que no despertamos nunca
        y el pregón de un vendedor itinerante
        secuestra el lirismo de nuestras quimeras.
        "SanIsidroporlapistaHainamosaBaseAérea"
        "Vengamarchantabajeacomprarsuplátano"
        "Comprandocamaviejacolchoneviejoneveravieja",
        son algunas notas sobre las que ensaya la urbe
        antes que el Himno Nacional,
        donde todos somos Paul
        componiendo la canción de
        Santo Domingo de todos los tiempos.
      
    
      Sueño lúcido
      
        Saliste del puerto
        soñando con los cuchumil mares,
        siendo un buque perdiéndose
        entre aguas de baba lunar.
        Un crucero coronado de turistas,
        un navío jugando al "atrapamesipuedes"
        con una tormenta caribeña y brisa degañotá.
        Soñaste con un paisaje de Cartagena de Indias,
        con la diáfana Varadero y La Perla sobre la mar.
        Incluso viste en tu delirio avistar alguna isla
        sin pasado, sin edad.
        Mas los sueños no siempre son indulgentes
        con quien los moldea
        y debes volver a tu realidad de plástica materia
        que alguien dejó olvidada expresamente,
        ahora arrastrada por un aguacero
        en un contén.
      
    
      En una voladora
      
        En una voladora
        me quemaron la espalda baja,
        en una voladora
        no habían asientos como el cobrador pregonaba,
        en una voladora
        me hice culto en bachata,
        en una voladora
        fui un templo recitando mantras,
        en una voladora
        tuve un sueño que no sabía de loterías,
        en una voladora
        rompimos par de leyes físicas,
        en una voladora
        me llovió dentro y escampó afuera,
        en una voladora
        vi de chofer a Caronte llevándonos a las puertas del Hades.
      
    
      
      
        En un principio, todo estaba en orden.
        En cada poste un sol nocturno.
        El Señor de las tinieblas dijo "hágase la oscuridad"
        y las luciérnagas eléctricas emprendieron su escape rutinario.
        Se abrió la boca del lobo y
        los jinetes del apocalipsis salieron a atrapar incautos.
        Duendes de bronce de padres fantasmas
        jugaron a saltar tumbas.
        La calle fue una lengua muerta
        petrificada por la luna
        y ésta que fue más una hoz que un astro,
        vistió de tristes lápidas los edificios.
        Maldiciones al gobierno fueron el soundtrack nocturno.
        Y desde las tinieblas se vio que todo esto era bueno.
      
    
      
      
        Una lengua de luz en jugueteo 
        hacía asomos de lamer el firmamento,
        su vaivén hacía tingola a mis pupilas,
        no es el Faro a Colón -gritó una doña-
        una cabaña por la Gómez -ilustró el más lujurioso-.
        La guarida de los fugitivos
        ilumina mi barrio a oscuras
        y es un secreto a luces.
        Con el neón centelleante de sus cuerpos
        y el aire frío de sus cuartos
        haría una pócima para ahuyentar
        este apagón nocturno.
        Casi como un milagro
        se ilumina el barrio,
        la lengua de luz desde la Gómez con Ovando.
        Los amantes por dentro… siguen a oscuras.
      
    
      
      
        En mi barrio hay un jardín 
        sin aroma a verde ni abril,
        eternamente nevado
        de otoño y orín.
        ¿Quién sabe qué mano le ha cultivado?
        ¿Quién sabe qué vientre le ha sentenciado?
        Flores de metal,
        paraíso de gatos en la noche,
        alimento del óxido,
        juguete de huracán,
        tambor sosegador
        bajo estallido de nubes.
        En mi barrio hay un jardín
        que no se sabe marchitar.
      
    
      
      
        Te redescubro fractal, ciudad absurda, 
        Caleidoscopio de intrigantes polirritmias,
        en los innúmeros ojos de tus gigantes mitológicos
        que convocan el arrepentimiento
        de la forma irrepetible del magno anillo.
        
        Los paleolíticos bancos del malecón,
        sus incontables palmas
        haciendo cosquillas al viento,
        la urdimbre de los postes
        sobre las calles.
        
        Los adoquines que se tropiezan unos a otros
        las heroicas columnas del Palacio de los Deseos
        los parabrisas dedicando
        millones de versos francos al sol.
        Y aun así,
        esta ciudad no alcanza a repetirte.
        
        Sin embargo te hallas multiplicada
        en el hilvanar de mis horas.
      
    
      
      
        Digamos que volviste a ensayar el alba
        devorando tu café sin mestizaje
        que volviste a peinar las escaleras
        con aquel paso matemático.
        Que la misma fiesta de tacones
        tornó las palomas de la esquina
        en estrellas fugaces
        y tus talones fueron fieles
        al volver a calzar la esquina exacta.
        Digamos que yo camino convencido
        de que un ultraje ha sido perpetrado
        que alguna Parca altiva se ha ensañado
        cortándole a la profecía sus hilos.
        Y llegarás más tarde o más temprano
        a esta arista de un cosmos compartido
        donde no por sonreírnos siempre,
        dejábamos de ser extraños.
      
    
      
      
        Desde el susurro de un rayo desenvainado 
        hasta el balido póstumo del chivo,
        las espaldas aceitosas en los campos,
        la mano que los canta en el teclado.
        No sólo entre machetes, ron y caña
        construye su epopeya el campesino.
        
        Aquí aprendimos a cantar nuestras desgracias
        como quien no ve las cruces en su sino
        conforme el galope del merengue se acreciente
        mayor será el tamaño de tu olvido.
        
        Pensándolo mejor,
        si lo repasas,
        nuestra existencia es un merengue vivo.
      
    
      Haikus
      
        1.
        Saluda el alba,
        florecen vendedores
        sobre el asfalto.
        
        2.
        Ensayan unos pájaros,
        sobre el tendido,
        una bachata.
        
        3.
        Café cola'o
        trae la brisa,
        el barrio vuelve a vivir.
      
    
      Haikus II
      
        1.
        Tiembla la luna.
        Sobre los charcos
        se ha multiplicado.
        
        2.
        Vistas desde azoteas
        ¿Constelación de
        casas o estrellas?
        
        3.
        Las viviendas bostezan,
        los viralatas
        tienen concierto.
      
    
      
      
        Las madres de tus abuelas
        plantaron güiras y tamboras
        por toda la ciudad,
        el hálito urbano cantó merengue
        y se enorgullecieron de que sus hijas
        trajeran blancos lirios.
        
        Las madres de tus madres
        plantaron guitarras azules
        enseñando a las cuerdas a llorar
        y esperaron a que sus hijas
        trajeran blancos nardos.
        
        Tus madres se cansaron de plantar
        y otros vinieron a sembrar,
        beats,
        samples,
        voces como de ficción.
        
        Y llegaste con el rímel corrido,
        la máscara desajustada
        y no trajiste ningún ramillete.
        Te reprendieron.
        Pero no te preguntaron
        si querías cosechar flores.
      
    
      
      
        Te desprendiste del vientre
        con vocación de proyectil,
        con una voluntad de mármol inquebrantable.
        Te recibieron como quien nunca espera su muerte,
        deconstruyendo lo inmutable,
        abrazando lo impenetrable.
        Te deslizaste por el tendido
        como el dibujo de la sierpe,
        bajaste en estampida por las escalinatas
        y a las vibraciones calladas de lo inerte,
        sacaste música,
        una música dulce,
        una música blanca.
        Perfumando los muros perdidos en el sopor,
        fecundaste el silencio.
      
    
      
      
        ¡Dios me lo bendiga, mijijo!
        a su cabello de madrugadas,
        madrugada de vientre profundo
        antes del amanecer.
        Por su epidermis anaranjada
        de alma de fénix crepuscular,
        más bien amarilla
        como alfombra de periscópicos girasoles,
        más bien blanca como nevada nórdica.
        ¡Ay mijijo, qué bonito!
        Que la Vírgen y Elegguá y la Gran Machepa
        me le protejan los caminos.
        Esos ojos como lunas preñadas
        sobre el Ozama,
        ese surco grave en la chemba
        sembrado de sonrisa mentolada.
        Con esa voz de arrecife coralino
        empollando un cardumen
        de poemas multicolores,
        ¡dígame!
        si me tiene
        una peseta pa'l pasaje.
      
    
      
      
        Recuerdo esa noche sin velos lunares
        las luces del Quisqueya
        tallando nuestros rostros
        ya blancos como la piel del hueso
        y unos querubes nos cincelaron
        unas sonrisas tontas levitando sobre la azotea.
        Recuerdo los mosquitos
        procurando la savia de nuestras piernas
        y que las estrellas fugaces
        eran focos rojiazules haciendo maroma sobre los muros.
        Pide un deseo, mami… pide por esa boca
        que las ventanas no sangren por los mirones
        que no soportan nuestra danza curvilínea.
        Pide un deseo, negra… aunque no llegue esta velada
        a ser un cuadro impresionista.
        Al fin y al cabo, éramos la poesía.
      
    
      
      
        Ya no se hallan las palabras
        seccionando el viaje eterno,
        intencionales espejismos con los que
        –para sentirnos menos miserable–
        pretendemos sostener lo inasible.
        Ya el eco de las horas
        pulsa las cuerdas con menos ahínco
        y uno puede ponerse a pensar
        en esas ventanas que se abren como heridas,
        faros guiando no sé qué clase de aves.
        Alguna volará hasta una ventana
        y susurrará mantras a algún cuerpo insomne,
        el oportuno arribo de otras alas
        mantendrá a alguien atado a esta vida,
        otra logrará entrar para picotearte la cabeza
        mientras sostienes como un manual
        aquel cuento de Kafka.
      
    
      
      
        Desde las cornisas
        que saltan como kamikazes
        hasta los criptogramas
        del tendido eléctrico
        nada se mueve sin que lo permita el ojo.
        Y hasta el símbolo
        habitó primero en su pluma,
        y hasta este viento
        habitó primero en sus alas.
        El trémulo beso del adolescente,
        el charol efímero de la frente abierta,
        el tesón de bromelia de los inocentes,
        la mano golpeada de tiempo que alimenta.
        Has trazado telarañas imposibles
        sobre esta colonia de barro cocido
        y hasta pienso que desde lo alto
        has soñado las cornisas,
        los criptogramas,
        el primer barro,
        y el cruel destino de los viralatas.
      
    
      
      
        Cadáver exquisito,
        Babel horizontal,
        conversaciones sin vísceras
        en el paisaje verbal.
        
        Expreso Hua Sheng
        comida china y ¿criolla?
        La Dolcerie, Ágora Mall
        D´Jocelyn, Nails & Bar
        pero en Dominiken na' de palé patuá.
        
        La lengua del blanco,
        la del muerto resucitado,
        la nostalgia del taíno
        en estandartes de metal,
        elevan sus narices por encima del concreto
        y Buenaventura se hincha desde la eternidad.
        
        Y la lengua del hambriento
        repta por las paredes
        y crecen enredaderas
        que abrazan toda la ciudad.
        
        Y aunque la médula de la urbe
        tenga huellas de azabache
        aquí en Dominiken no se pué palé patuá.
      
    
      
      
        Piensa que hoy llego exacto.
        Que mi verbo es un soneto triste de arte menor
        y vomito interrogantes
        como llevando cuentas de un rosario.
        Piensa que la liturgia de los días
        nos convoca a un culto de itinerarios,
        confusión de olas,
        de mar.
        Piensa que detrás de esta imagen hierática
        de dios antiguo,
        una vorágine de ángeles de espuma
        y sombras sin paz,
        piden a gritos que nos vengas a salvar
        con tu arcoíris de probabilidades.
      
    
      
      
        El paisaje tiene ese don de inusitada rapsodia,
        un eco de siglos a la par de un gemido neonatal
        apenas logrado sobre el concreto.
        Tiene ese afán de quimera
        de patas articuladas
        que apenas pueden sostener
        su cabeza felina de dios hindú.
        Tiene ese aroma de sirenas
        sobre un mar sinuoso.
        
        Yo he visto la piel gangrenada de un río
        fluir con desdén frente a la fina roca.
        He visto las pupilas alargadas
        como finos hilos, sosteniendo aves artesanales
        que planean bajo un firmamento
        de hegemónicos ventanales.
        
        Me ha florecido un paisaje
        o un Frankenstein en la córnea.
      
    
      
      
        Ay, tu Norte de caderas de lecho opulento,
        de pieles oreándose como retazos de tela
        donde los hombros colisionan como errantes planetas
        y la noche se esconde en la carne tropical.
        
        Ay, tu Sur de salitre hambriento de materia
        y de torres anhelantes de azul en libertad
        y tus barrios fotogénicos e inverosímiles
        y tus barrios que sangran savia negra mortal.
        
        Ay, tu Este donde la caña ya perdió su nombre
        y el pavimento sueña con grandes bulevares
        y por tu Oeste arisco que huye hacia la montaña
        y tu Centro ansioso de globalidad.
      
    
      
      
        Deja que la noche te acoja
        en sus brazos constelados de perlas solares
        que acaricie tus cabellos de caucho
        y te sople las heridas concebidas
        por los seres del destierro.
        Deja que la luna te acune
        en su ilusoria concavidad
        y te bese las islas
        sembradas de apelotonados lares.
        Déjate tatuar de sombras alguna sien.
        Déjate envolver por el canto sordo
        de algún artefacto encendido a lo lejos.
        Deja que la noche te acune
        ciudad nublada de insomnios.
      
    
      
      
        Todo ciclo consiste en el destierro.
        Desterrado de tus sueños,
        desterrado de la cama,
        desterrado de esa coraza hermética que es la niñez.
        Desterrado de ti mismo
        porque quieres ser una palomita más en un súper tazón.
        Desterrado de tus bienes,
        de tus lumbres intangibles,
        es la ciudad un limbo de pusilánimes desterrados.
        Y cuando las sombras parecen ser más flexibles,
        te permiten volver a tu pequeña patria,
        donde vuelves a ser un feto
        ensayando un sueño de aguas.
        Un pez que aun no recuerda
        los destierros del mañana.
      
    
      
      
        En Santo Domingo,
        todos despiertan asintiendo con la cabeza
        al ritmo de una orgía de beats.
        Algunos trazan con su cabeza un círculo
        y otros intentan un garabato.
        Unos son tan veloces que pareciera
        que sus cabezas saltarán buscando el cielo
        como pelota de béisbol.
        Un día todos se extrañaron cuando vieron
        que alguien traía su cabeza quieta como una roca.
        "De esta manera puedo escribir poemas
        y pensar de vez en cuando"- osó decir-.
        Entonces trajeron al carpintero
        y se pusieron a tallar un madero
        para castigar la herejía,
        mientras sus enérgicas cabezas
        chocaban entre sí.
        
      
    
      
      
        Vayan a ella,
        los de la voz mutilada en su propia tierra,
        los nacidos con la pólvora en su sangre
        en una noche roja.
        Los que buscan tras líneas imaginarias y caprichosas
        el país que le han negado.
        Los que vuelven tantas veces
        y no se cansan de volver.
        Pero que salgan de ella,
        los que nunca han dado al César cuanto es del César.
        los que siembran en los campos
        caramelos envenenados,
        los que drenan la sangre de la roca sempiterna.
        Ésos, que tomen el lugar de los desterrados de sus tierras.
      
    
      
      
        Los decididos tentáculos que sostienen la tierra.
        Los verdes que se anhelan bajo el ígneo cielo.
        Los pájaros que orbitan los postes eléctricos.
        Las garras rapaces que dejan caer el paisaje albino
        para coronar azoteas tropicales.
        El cuerpo fragmentado en caída libre
        despertando sinfonías del agua.
        El arco en la orilla que recibe a los marginales.
        El Ozama derramado en los ajuares.
        El Caribe que se hincha como supernova
        pidiendo al rompeolas jugar con las torres huidizas.
        El rugir de la corteza a la hora nunca esperada.
        Olor del cortejo en todos lugares,
        intima con la urbe la Pachamama.
      
    
      
      
        Las palabras más poéticas
        son las que no se detienen
        a mirar el paisaje
        para salir en estampida
        desde lo más profundo del tuétano.
        Son las que vuelan despeinadas
        con espontaneidad de semi adolescente.
        Y ahora que lo pienso,
        se me antojan onomatopeyas percutivas
        sobre algún tambor afrocaribeño.
        En fin, manifestaciones de la autenticidad.
        En fin, ejercicio de la verdad.
        Matecoco
        Paloelú
        Moriviví
        ¿Comotutá?
        ¿Pandevá?
      
    
      Ciudad invisible
      
        Aun si donaras tu espalda
        a las sombras,
        por la senda donde su serpiente
        se hace más angosta
        y el camino se amarra
        a las piernas como densa niebla
        y las barrigas se inflan
        sobre diminutas espadas de carne,
        se hallará titilante como una estrella
        que nadie sabría nombrar.
        Y aun si se pasearan hacia dentro
        tus pupilas,
        y no vieras del pan en la boca
        su pronóstico inexacto
        ni las manos como asustadas palomas
        emigrar a la cabeza,
        la seguirás sintiendo
        como cálida brisa de verano
        que nadie sabe a dónde va.
      
    
      Ciudad emergente
      
        Por más alto que construyas
        los caballos de Troya,
        por más que hayas pensado
        ciudades en el aire
        y los ojos de Medusa
        que hizo infecunda la tierra,
        laberintos insondables
        desandados en la tarde.
        No tardará la simiente
        en herir la tierra infértil,
        las serpientes clorofílicas
        en colonizar paredes,
        volverán a reclamar sus acentos
        las avecillas cantoras
        y como de una violenta lentitud de contracciones,
        renacerá de la Gran Madre,
        la legendaria Atlantis.
      
    
 
 
No hay comentarios: