Jennifer Rubio

Jennifer Rubio

Jennifer Rubio (Santo Domingo, 1994). “Nací el mismo año en que Mandela se hizo presidente. Violinista, feminista y escritora de a ratos que ojalá fueran eternos. Hace un par de años diría que nací humana; hoy aseguro haber nacido artista: la diferencia radica en que lo segundo me hace más mortal que lo primero, pero más sensible. Mi corazón es un caleidoscopio”. Libros publicados:
“No.[02] Jennifer Rubio”, (Colección de cuadernos de Frasco de Paisaje) (Ediciones Moñohecho, 2019).

Jennifer participó de nuestros talleres de escritura y de la convocatoria abierta al público del Reto Poético de Frasco de Paisaje, de la plataforma cultural Moñohecho. Aquí compartimos los poemas suyos correspondientes a la versión del reto celebrada en el 2018.

Para conocer más detalles sobre qué es el Reto Poético, entra en este enlace.


RETO POÉTICO

01

Nacida en la religión del silencio,
había soñado con una casa
llena de ruido
y se había construido
una terraza de paradojas
para ver si cuando se cayeran las macetas
crecerían flores.
Una noche dejó caer una lágrima en la arena
desde la azotea:
nació un mar sin nombre que
en vez de agua era de fuego,
como algún viejo buhonero
que le había dicho que la nostalgia
no era un golpecito en la entrada,
sino una tormenta de cubertería
y manteles
y macetas rotas.

02

Llueve
y se inunda la sala,
se cae alguna mata
encima de una casa
con techo e’ zinc.

De noche, salen las ratas
cuando acampa
para ver si queda plástico
para cubrirle el pellejo a algún ratón
–yo me fijo en todo esto para olvidar
que tú te irás como el silencio
cuando lloro y ronronea el viento–.

03

Cuento los adoquines
como quien cuenta una historia:
en vez de idioma uso tacto
y acaricio con los pies cada grava fugitiva.
Siento el frío de la tierra
empalmarse con mi piel
que tiembla como un haitiano
vendiendo chocolates
–a dos por veinticinco–,
bajo la lluvia y sin abrigo.

—¡Mijo, ven acá! —lo llamo y corre.
Sus piecitos martillean el contén aguado.

—Dígame a ve’, ¿quiere chocolate?
—No, mijo.

Me quito el abrigo y se lo echo en la cabeza
como un vaso de agua
y me voy siendo una
con la tierra y la brisa.

04

Nicauris era el nombre de la niña
que me pedía juguetes
y nunca se los di.

Corría descalza por el barrio:
recuerdo que jugábamos
cuando la calle sin asfalto
parecía un volcán
y nosotras su erupción.

Un día, le descuajó la cabeza
a una muñeca
y en su cuello hueco
clavó yerba, y me dijo
que las flores más bonitas
brotaban en solares.

05

Es la temporada de sirenas
en la que mendigamos locura
esperando mar y arena.

El sol está que arde,
nos quema la sangre
y la piel se nos abre
brotando raíces por venas.

06

Ojalá ser como tú,
rota como una cuerda,
lejana como un faro,
vestida de sol,
lanzada al mar

como un ferri
a Puerto Rico.

07

Mami cuelga la ropa
como estrellitas
y yo pido que
en los orificios de las medias
crezcan matas, palmas, suculentas,
para no temerle a la pobreza
y decir que soy bella de verdad.

08

Nací en una isla
donde tejer almas era tema
de conversaciones
y donde
mujeres cazábamos cometas
con el pelo.

09

El amor de mi vida
tal vez sea alguno de estos gigantesa
que mueren y renacena
en ciudades perdidas,a
cual edificios que caena
tras un sismo,a
sin ritmoa
y sin vida,a
para llamarme por mi nombre,a
jurarme vida eternaa
y morirla junto a mí.a

10

Una vez mi abuela dijo
que de ser tan pequeña
-y entre hormigas habitar-,
para saborear la tierra,
tal vez no echaría
lo que queda de mi vida
en el asfalto.
Me dijo que el dolor sería tal
que imploraría por tormentas
que alzarían al mundo
de su escondite colonial,
y vería mujercitas
por la noche desnudas
y por el día vestidas,
que gracias a Dios
no nací ave,
porque los gigantes
matábamos por pereza
y vivíamos por contaminación.

11

Trepamos hacia la noche,
encendemos las estrellas
y el cielo es nuestra piel:
brilla la vida en nuestros ojos,
de nuestro cráneo nacen árboles
abonados por poemas,
fósiles de atabales.
Renacemos junto al sol
que nos bendice y nos besa,
nos despide a conciencia de su eternidad,
cobijándonos en su sepultura.

De la cavidad de nuestro vientre
surge la cultura.

Nuestras madres no descansan,
sazonan el amanecer
ante la verdad que
se delata junto al sol:
somos las nietas de las brujas
que creías haber vencido.

12

El sol esculpe tu piel:
me miras,
hombre de barro,
perdido como una bala
de una noche capotillense
y me dices que
“el que vive pobre
pobre muere”.
El cielo no nos hará ricos.

13

Te escuece que te diga
pareces a un aire
y te preguntas si alguna vez
te veré como una figura,
pero mi vida está llena de notas.

Soy una polilla que se pierde
por las noches y encuentra
la soledad más atractiva
que cualquier flor.

En el malecón me hago cita
con las olas:
tal vez ellas escuchen
mi canción.

14

La vida es un juego
perdido en un lienzo,
cuentos sin dueño,
lazarillo sin ciego,
luna sin sol,
demasiado aburrida
como para no gastar dos pesos
en una menta e’ guardia.

15

Estaba sola hoy cuando
me di cuenta de que
las ciudades crecen hacia el cielo
mientras nos hundimos en el sol.

Soy consciente de mis hermanas,
de que algunas son nubes
y otras derriten estrellas
para esculpir coronas.

A mí me han sembrado
y soy árbol de fruto triste,
pero crezco fuerte y alta
hasta tragarme el sol.

16

El avión cae
en una noche eterna:
alcanzo su perpetuidad con las manos.
Me deshago de su profundidad
y me golpea una tristeza
de esas que llegan como un aventón
y te dejan a mitad de camino.

Desde arriba, el suelo parece
colmado de estrellas;
había olvidado que los soles no llegan tan abajo
y que el fondo de la humanidad es tan oscuro,
que le prendemos velas a los santos
para discernir el movimiento desdibujado
del vacío en nuestros cuerpos.

De noche no hay quien haga trampa
y con este calor no hay
quien duerma con ropa.

17

La ironía de tu nombre reside
en que nadas en la noche cual sirena en mi piscina
y en tu cabellera se dan cita las luciérnagas:
te siguen como amantes sin pena y sin gloria,
y se envuelven hallando cobijo en tus locuras.

Quizá sea muy amargo de mi parte,
pero parece hechicería la forma
en que tu voz se rompe cuando ríes.

En la noche bebes copas donde explotan estrellitas
y me imagino que así te imaginaba la naturaleza
cuando te hizo artista y rebelde;

que si eres una te debes a la otra.

18

—Chófer, mire. Gracias.
—Así e’ que son la mujere’ de verdá.
—¿Cómo así?
—Casi nadie dice gracia. Parecen flore’ arrancá.
—Cuando uté habla de mujere’ de verdá’, ¿se refiere
a las que duermen en las nubes, con un libro por
cerebro? ¿O tal vez alguna hecha de tantas curvas
como un poema en la lengua? ¿Una que ande como
esfinge?, ¿o quizá hable de alguna con el corazón
puntiagudo cual estrella, presto a someterse
a combustión? ¿Quiere una Marta, Teresa,
Concepción? ¿Las busca por catálogo?
—No, yo solo quiero morir viejo.

19

Sangré conciencia
Anduve en la ciudad y vi sus mitos:
vi serpientes trajeadas
y coronas hechas de botellas de Fanta.

Vi sus misterios,
el libro de los mil mandamientos
y un árbol de dinero.

El sol era un espejo y me golpeó la frente.

Un extraño intentó cortejarme y hallé curioso
cómo la canica de un niño en Matahambre
se hizo ojo y vi el universo
y en él, un país como de caramelo
que huía de la noche:
me encontré en él,
solita como una luna,
juntita como metáfora.

20

Andaba por la noche y se clavó el tacón al suelo.
Creció tallo. Tal vez si anduviera descalza,
le habrían nacido pétalos.
Sería ecosistema si su corazón no fuera de concreto
sus ojos de cristal tintado.
Extrañaba el no saber. Lo quería de vuelta.
Era como querer olvidar el día en que supo
que todos veíamos la misma luna.

La gran luz en el cielo,
a veces la astilla de una uña,
otras una pelota de goma,
no la seguía a casa
mientras presionaba su frente contra la ventana
del auto y comprendía que

la luna y él no le pertenecían.

21

Hoy tuve hambre de tierra,
de ser cubierta por ella,
que cayera sobre mí cual vástago de un sismo,
como un paro cardíaco en un cumpleaños.
Hoy tuve hambre de vida
y me vi necesitando la muerte para compensar.
Ojalá no tener que llamarte
cuando corra tras el tiempo en el malecón,
llena de terror, huyéndole al misterio.

Ojalá muriera de frío el verano.

22

Siembra una iglesia en el tejado,
alaba al aire, al trueno,
regocíjate en la tempestad
y haz una fiesta de palos tras la lluvia.
Si un hombre te interrumpe,
plántale un árbol en el ojo:
es más útil que una daga.

23

En mi tribu soñar es rebelarse.
Tomar la imagen del espejo
y volverla otra cosa.
No reconocí estar cubierta de piel
hasta verme sangrar.
Me cubrí las heridas con ungüento de tambores
y gasas de nocturnidad.
Si vivía pobre,
al menos moriría ninfa
y me haría una con la tierra de mis ancestras,
movidas por la violencia cegadora
de una estrella fugaz,
que venían en barcos
atadas por cadenas
y en tierra decoraban sus cabellos con yerbas.

Por flor tenían al sol.

24

Hay quien anda con árboles bordados a la piel,
revestida de miel en plena avenida.
Es una mujer joven, con piel de bronce
y melena de arbusto.

Si las dríades fuesen humanas,
se plantarían en el asfalto
con pancartas extraídas de su piel.
Una de ellas avanzaría al enemigo
y sostendría sus brazos como astas,
andaría su bandera verde
y gritaría hacia los cielos:

una mujer libre es una diosa.

25

Retuerces los años alrededor de tus dedos:
aquí el verano es para siempre.

Este mismo sudor caía de tu frente:
hace ocho años cuando salías de la escuela
por última vez.
Ahora eres lo que antes veías por el microscopio:
una cosa lejana y diminuta
a la que no puedes tocarle el cuerpo.
Cuando sales, el sol ya ha parido
framboyanes amarillos
para tocarte el alma, más o menos.
Te falta calor, quizá,
o un trago menos amargo de esperanza.

26

Estaba a un minuto de casa, de la delicadeza de
la identidad. La piel no se arranca sin dolor; lo que
es innato vive siempre. ¿Dónde está el gen de la
melancolía? Nací para ser mujer, un concepto que
construyo sola. Para nada más, para nada menos.
Ojalá mueran las expectativas, que el sol no se
enjaule si regreso viva.

Regresamos, todas, como un solo cuerpo.

Carne de mi carne, brazo, pierna y corazón. Caudilla
renacida, recogido desde el tártaro. Morir es la opción
de las que vivir fue una salida.

Ojalá nadie se entere: una mujer nunca termina.

27

Hoy soñé con hacerle un hoyo a la eternidad:
atrapar un segundo entre mis dedos,
quedarme ahí, entre el todo y la nada.
Soñé con un beso tibio,
un crack en el vacío y silencio.
Era triste ser un dios.

28

Conocí el sol en tu rostro y en tu piel:
el más hermoso de los finales.
Hoy me despido de los pueblos
retorcidos en mi garganta.

29

Forzando su ausencia,
el trueno se hunde en mi pecho.
Llueve.
Me gusta estar en casa,
esculpir momentos desde
la monotonía del recuerdo,
desdibujar tus besos
en mi cara de niña linda;
quisiera olvidarte,
pero me haces muy humana.

30

Eclipsa el sol con el llanto de un bebé recién nacido.
A punta de coraje le tejo el pelo al tiempo,
con el mutismo de un pecho muerto, de un augurio
fantasmal. El gallo aquí no canta; está muy lejos.
El ronroneo de un motor ha despertado al niño.
Mami gruñe con fastidio, otra vez ya no hace frío.
El uniforme nos cubre media piel;
aún así estamos desnudos.

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