Claudio Troisemme

Claudio Troisemme

Claudio Troisemme (Santo Domingo, 1988). Desde pequeño comienza a manifestar su agrado a las artes, inclinándose al dibujo y la escritura como medios primarios de expresión. Ha trabajado como comunicador visual en varias agencias de publicidad y participado en varias exposiciones como artista visual. Actualmente es el editor del proyecto multidisciplinario Moñohecho® Libros publicados:
"Visiones de mundos e instintos" (2013), Ediciones Moñohecho.
"Graffiti" (2018), Ediciones Moñohecho.
"Colección de Cuadernos de Frasco de Paisaje" (2020), Ediciones Moñohecho (tercer número de la colección).

Claudio participó de la convocatoria abierta al público del Reto Poético de Frasco de Paisaje, de la plataforma cultural Moñohecho. Aquí compartimos los poemas suyos correspondientes a la versión del reto celebrada en el 2017.


Para conocer más detalles sobre qué es el Reto Poético, entra en este enlace.


RETO POÉTICO

01

La tierra me engulle
sus culebras de metal
y el tránsito por su esófago
me junta por ósmosis con otros cuerpos.
Me disuelvo imaginando
hasta qué punto terminan mis manos
y comienzan otras manos,
dónde se dividen las aguas en nuestros ojos,
qué anhelos guardan tras de sí.

Salir del túnel es como morir
despertando en el medio del sol.

02

Las casas son
pequeños universos paralelos:
abismos que guardan la memoria del tiempo,
retratos olvidados en el mostrador
de aquel familiar que se desdibujó en ti,
muñecas sin rostro,
barro imposible que colma el centro de las cosas,
madera por donde se filtra la luz,
epifanía que revela el ojo,
ha cambiado de color una vez más en la sala.

03

Hay líneas de botellas partidas
adornando los paisajes cotidianos:
un muro de voltios
como presagio de la muerte,
líneas que dividen a los hombres
en su caminar bajo los cables eléctricos
–que son como un los brazos
de un pulpo sobre el barrio–,
te comerá vivo hasta el último hueso
y su luz ha de llegar a una docena de casas
que esperan para hacer la cena.

04

Construir un templo sobre la ruina:
un lugar donde pueda peregrinar
hacia una ciudad interior,
más allá del cuerpo,
donde tras la destrucción me espere
el bloque de concreto como recordatorio
de que aún me espera el trabajo,
la resurrección,
Cristo fumándose un joint
bajo los tenis que cuelgan en el barrio
–que también esperan la redención
que cuelga de las nubes–,
que han llorado la lluvia
y se han quemado bajo el sol,
huérfanos de los cordones.

05

De pronto todo se junta:
uno a uno los pedazos de mí
arman un muñeco de alfileres,
vudú desde otra constelación,
acupuntura, bendición mística,
cúmulo de abrazos.
¡La amistad es una fiesta!
Hay gente que te arma
y tú que nunca esperas la sal de la tierra:
te has convertido en médano,
te sale el cariño en un chuflái
y así pasa.

Los días son
como un grupo de palomas
remando.

06

Cuando chocamos
se rompe la máscara que articula nuestro discurso,
se precipita hacia la oscuridad
porque estamos ahí,
hablando nuevos lenguajes con los ojos,
palabras que nos cuentan sus secretos
moldeando con los dedos todas las formas posibles:
ombligo que se vuelve un estanque de llamas y así.

Entramos en lugares donde hay que caminar
quitándose los zapatos en la puerta.

Guardo tu rostro siempre
y eres todas mujeres que existen:
un poema de hilos trenzados.

07

Estoy repleto de gente:
el reflejo en los cristales
señala mi rostro distorsionado
y los perros me ladran en las esquinas.

Mi ciudad dibuja señales en las azoteas
articulando entre mis brazos el aire:
se agolpa en las ventanas
como un eco
y golpea rebotando milenios.

Soy esta ciudad que ves en tus pasos sola:
un grito que se te devuelve.

08

Mangos gotean en la tarde,
en las aceras,
en los contenes,
en la prisión del carro,
sobre el techo de zinc que se oxida con los años.

No tengo ningún familiar cerca:
¿a quién decirle primo?
¿bajo que árbol se vestirán de amarillo
las tardes?

09

Todas las casas:
capas de pintura
que cubren lo que alguna vez fue el color
y hoy son la máscara del pasado,
la fina línea que marca el cambio de estación.

Todas las casas:
el arañazo del gato
que agrieta el cosmos en la pared,
la historia permanece escrita en el concreto
como prueba de que hemos existido.

Alguien estuvo aquí,
habitó la rodaja de las horas
en el mismo espacio,
tuvo sueños igual que tú.
Ahora dejas caer algunas lágrimas
por alguien que se fue para siempre.

Alguien dejó una huella que hoy vemos
por mera casualidad.

10

En este preciso instante,
mientras pasan guaguas
en avenidas principales de la ciudad,
un disparo atraviesa la pared en el Cáucaso,
una taza de té que se rompe,
–hilo vertical que corroe la luminosas presencias–,
cierzo que apaga de pronto las velas,
las oraciones,
un humo que llora frente al sepulcro,
tambor de guerra
agrietando el contorno del ser,

da un rodeo – queda ausente – se esfuma.

En Beijing,
el dibujo de un cuerpo:
miseria manoseada de ojos,
tubo por el que gira el odio del hombre,
lágrima que se oculta de pronto en las mejillas,
la polución del templo:
gong.

11

La caja de madera
es un enjambre de sueños que se nutre del sol:
un arenal de días como playas
que espera de pronto
la llegada inmaculada del zapato
donde se hará materia el espíritu.

Brillo del barrio,
estela carmesí:
el tránsito hacia los confines
del mundo que calla bajo los pies.

12

(En homenaje a todas las mujeres
que han muerto asesinadas).

He muerto;
mi cuerpo desnudo es un imán
de corales y algas que recoge del agua,
moluscos, peces y gusarapos;
que duerme la suerte del sol que lo tuesta,
habita el centro de luz azul que lo cubre,
se mueve en vaivén,
un ensayo que los barcos han de descubrir
y los turistas risueños
cambiarán la sonrisa por la mueca del asombro,
sombrías las piernas magulladas,
y los senos que miran al cielo como un bizco.

13

Hay un rayo de luz
que atraviesa por la grieta en la ventana,
hace un círculo en le mesa
y espanta las hormigas
que hasta hace poco danzaban alegres su festín,
y el café del día anterior,
pegado a la taza como si fuese
un manto de hielo sobre el mármol,
refleja un hueco estático
por donde se asombran mis ojos
–y se asustan con sus ojos–,
retroceden,
vuelven temerosos al abismo.

Y así, poco a poco,
el frío coge su ropita,
se viste, se peina y me deja tranquilo.

14

Corro el riesgo de quedar vacío:
un estanque tranquilo en el que cae la gota,
círculos que se propagan
como un mantra
rebosando,
una grieta geométrica en el tinaco.

Poco a poco el surtidor
que se mueve chocando sobre el suelo,
–haciendo otras grietas–,
deja de caer.

15

Quisiera decirte que en San Carlos
las palomas cantan.
Pero lo cierto es que si cierras los ojos
tratando de escucharlas
y te concentras mucho,
mucho, mucho,
escuchas el susurro:
“buen mamaguebo”
“Anaguaika”
“rapatumai”.
Entonces abres los ojos
porque tienes muy claro
que en San Carlos ni siquiera hay ángeles negros,
y que cuando crees que el Whitman interior
sacará alguna frase decente,
te devuelves de pronto a la silla de plástico
y una línea de cables eléctricos
hace un collage sobre la camioneta
que vende plátanos,
y las palomas que intentaste escuchar
se han esfumado como tú,
que cada vez más eres como el reloj de Dalí.

16

¿Puedes dibujar a un hombre?
Modelarlo a tu antojo,
formar pectorales
y brazos grotescos que distorsionen la forma,
pero no podrás dibujar dentro de él
un corazón marino,
un nudo de algas que se muevan al compás del agua,
un azul que se pierde en los confines de su libertad.
Inténtalo a sabiendas que puedes dibujar en él
un reflejo de tu propio corazón

¿Puedes dibujar a una mujer?
Establecer con los trazos su gracia divina,
que se hagan los senos y los brazos,
su ombligo emancipado,
su sexo que es un pedazo de la diosa,
cosmogonía que se esparce infinitamente,
dentro de su pecho un árbol,
ramas multicolores que se multiplican.
Un mantra de luz.

17

Ciudad:
un invierno que no precisa de nieve.

No seré donde reflejarás vagamente
tu retrato inacabado,
ni donde viertas tus sueños.

Estos textos
serán discos que giran en la languidez
dejando ver hologramas
mientras la aguja
traza una espiral infinita.

Vernos sin llegar a ser descriptivos,
a eso aspiro:

que los adjetivos se pierdan en las calles
más solitarias de la noche
y nunca más regresen.

18

De camino a la infancia
hay una fila de gente
que ha pasado
saludando
–incluso dando charla–,
mientras se crece en centímetros
y más saludos,
golpes, aplausos, notas, besos, castigos, premios,
gente que sigue saludando,
la fila se hace cada vez más larga,
los centímetros dejan de contarse
y de pronto la fila se hace corta,
nos ha salido pelo en el pecho
–ya no es tan fácil caer en gracia–,
los buches pueden descansar
del hostil cariño de los adultos.
un respiro que ha de traer otros problemas.
Llegarán.
tenlo por seguro.

19

Tu imagen,
un retrato de alguna diosa hindú
con 15 cabezas y 500 brazos de colores:
un brazo para el abrazo,
un brazo para la cena,
un brazo para el vino,
un brazo para acercar mi rostro a tu rostro,
otro brazo para decirme adiós en la calle
y alejarte discretamente.

Mi imagen,
un instrumento que toca el animal antiguo,
colmillos en la noche,
despertar en la madrugada
con la luz de tu ventana
–así sin que te enteres–,
y ya he mordido alguno de tus sueños.

Secada la sangre de mis labios,
irremediable al fin del deseo.

20

Somos dos templos en ruinas,
uno frente a otro,
mirándose entre los vitrales y los santos.

Plantas crecen dentro sin perdonar las baldosas,
bordeando los cuadrados con grama:

la cruz partida en dos se mira en el espejo del agua
y Cristo –que se pasea de lado a lado–,
sin saber en qué lugar morar.

21

Hoy se me antoja caminar,
ver la gente que pasa,
una liturgia de puntos que se mueven equidistantes
como se mueven en mí las ganas de verte,
encontrarte de pronto entre la multitud
y que todo siga moviéndose menos este diálogo
entre ojos,
esta comunicación de medias sonrisas
entre tu boca y mi boca.

No creo en medias naranjas honey,
ni en medias peras,
ni en esta media isla
que me dosifica el día
entre trabajo y trabajo.

Sólo creo en esa sensación
de que las cosas siguen su curso
aunque no estemos.

22

El pez de fuego:
zig-zag naranja
en la cornisa del ojo.

Nado y vuelo:
piruetas en el confeti que explota,
los ojos, toda una fiesta
–fuegos artificiales–,
seres que se pierden bosque adentro
entre las hojas de la memoria que se agota.

Pronto este poema se borrará lentamente,
letra por letra,
y el pez de fuego ante los ojos
ha de hilvanar un trazo
de camino
hacia
el olvido.

23

Hoy te extraño.
Revisando las cajas que guardo,
montones de papeles apilados,
lomas de recortes,
de postales,
de invitaciones,
de tickets de conciertos.
Encontré una foto nuestra en la portada del Times:
sonreías tan dulcemente mientras te besaba,
éramos dos copos que intentaban
calentarse mutuamente
y lo lograban.
Me dieron unas ganas enormes de llamarte,
de decirte que fuiste importante, que nuestros
sueños eran luces en la noche. Has de estar
mejor, llamarte sería herirte, recordarte mi oscura
indecisión. Entonces guardo esas ganas porque sé
que no habrá vuelta atrás y que aunque quiera,
mi presencia sería un hueco
donde no pasa una sola gota de luz.

24

(dedicado a Jeff B.)

Los pies siguen el atardecer
cargando una cruz.

El río brama algo del sol,
se va
caminando,
se va, se va,
se va, se va,
se va, se va.
Ya no lo veo,
sólo escucho su voz
que duerme duerme duerme,
y el río que así lo quiso
lo complace.

25

Tengo en mi puño poemas
que son como pequeños crímenes:
son buscados día y noche
por algún matón de la policía.

A veces tengo miedo
y me los escondo tan bien
que los pierdo,
así ni ellos ni yo
tenemos pruebas suficientes.

26

Nadie quiere retratar
la propia fragilidad
cuando te encuentras llorando sin razón
una noche cualquiera,
fumando y fumando
hasta que tus ojos rojos quedan hechos polvo,
y el temblor de las manos
y la falta de aire,
están abriendo un hueco en la historia,
mostrándote un rostro más de la muerte,
aunque no le tienes miedo:
nunca has temido morir,
lo que te aterra es no saber vivir.

27

Quiero que en mis manos habite
el espíritu maldito de Vaughan:
cada pentatónica que recorran mis dedos
sobre tu cuerpo
sea la progresión más gorda y sensual,
que Hendrix haga un solo que perdure
resonando
al infinito
en tus más oscuros deseos.

Te pondré 900 nombres distintos.
Te mentiré deprisa
y volveré a una escala mayor
para calentar las notas de tu sexo.

28

De vez en cuando
dejo las tazas de café
muy cerca del borde,
por si acaso alguien pasa en descuido,
demasiado cerca,
y las tumba,
cayendo como un ave
que de pronto se queda sin alas.
¡Y puff!

Así quizá el solo hecho de esperar ansioso el ruido,
–el posible desastre–,
me trae una paranoia similar a la que vivo
cuando por razones que desconozco,
entro en las arenas movedizas del pensamiento.

Me hago materia oscura
y ya estoy peleando sin saberlo.

29

Un caleidoscopio de manos,
tibio barro que moldeándonos nos funde
en la unidad perpetua de las horas,
un réquiem al segundo que pasó.
Tres imágenes se graban en un cuerpo,
vudú ancestral de palos y diosas,
principio esencial de las cosas
por donde todo se escurre.

Un triángulo de cristal,
un mantra de agua,
una montaña que crece entre las manos,
un monte de culebras y escorpiones,
un círculo callado que ahora es ruido,
avanza sin pausa hasta que llega.

30

La angustia es la imagen en un retrato antiguo
que guardamos con recelo
en lo más profundo de nuestras gavetas.

Una mano que cuelga
dejando caer los principios esenciales,
cárcel sin llaves ni puertas,
eterna tensión que encanece el espíritu,
lo fatiga,
le da forma,
pone ojos en otros lugares
y así quedas en una nube que llueve hacia adentro.

La angustia tiene raíz en el deseo,
un árbol de frutas amargas
que comes con gusto
sin saber por qué.

31

El vaso está en la mesa
y el agua que lo llena
no para de caer goteando desde las alturas
rebosándolo,
sin contar que ya no queda un milímetro posible
para que el horizonte del tope sea plano.

Así se sobresalen los montes y las llanuras de agua
precipitándose hacia lo desconocido de la mesa
y esta a su vez, se ancha de lo mojada.

Ese vaso que está sobre la mesa,
rebosado en la intermitencia
como sortilegio de perpetuidad,
si fuera quizá un vaso por la mitad,
o un vaso mágico que aún partido
puede contener todo el líquido del mundo,
fuera igual de imperfecto,
igual de objeto,
tiene una misión que desconoce:
no sabe qué papel es más importante,
si vaciar o contener,
si guardar las reservas
o fluir desde el fondo una ola con crespones,
nutriendo la urdimbre de la muerte.

Irá mojando todo para después
deshacerse en la nada,
un cálido vapor del trópico
que se eleva como una oración inconclusa,
un llanto silencioso
que nombra en el aire rumores consabidos.

Ese vaso no sabe si quedar por la mitad
puede ser una virtud
y si el rostro que sus aguas refleja
es un delirio amenazando la certeza.

32

No he visto arder ninguna ciudad
ni tenido ideales tatuados
como serpientes que se entrelazan
en el cuerpo de una rata.
No he tenido los pies rotos
de tanto caminar el mundo –ahora polvo–,
arena que se desaparece entre los dedos.
No he visto a los héroes de ninguna generación
salvarnos del fuego,
ni de la larga noche,
donde las nubes aguardan tristes sobre seres
que callan a la espera de la muerte.

Mis palabras no serán nada,
ni siquiera durará el papel que las sustenta:
amarillento, su tinta
diluida por la lluvia
se mezclará con el mundo
de la misma forma que los ángeles en espiral
en un grabado de Doré.

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