Soledad Álvarez; seis poemas de "Las estaciones íntimas".

Soledad Álvarez; seis poemas de "Las estaciones íntimas".


Poeta y ensayista. Una de las voces femeninas más frescas dentro la poesía de los 70 y 80 en el quehacer literario de la isla.  Con sus poemas exploramos algo de intimidad y claridad.




"...el espejo que el ojo atraviesa para mirar
cómo hablo a lo visible y pongo en la cabeza
recién peinada la corona de incertidumbres".
-Soledad Álvarez. Fragmento extraído del poema "Variaciones del silencio" 
del poemario "Las estaciones íntimas".




Fuente de esta imagen: 
http://www.centroleon.org.do/cl/artesania/item/2111-homenaje-a-octavio-paz-en-el-centro-le%C3%B3n

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POEMAS:



AGUAS PROFUNDAS


Un cuerpo como río

Navegable
Sus corrientes tranquilas
Su cauce ancho
Profundo de límpida profundidad
Desciende
Ondula por el lecho desde la cabecera 
Y son cambiantes sus paisajes
De sombra y tornasol 
Efusivas sus aguas en el abrazo
Me anegan me colman 
Y otras aguas desde mis adentros
Como río en el río
se desbordan.


CLASE DE COCINA 

Atrancarle la piel a la cebolla. 

Desafiante 
sobre la tabla de cocina 
como en el poema 
la palabra. 
Atravesar sus capas tiernas, 
su rojiza esfera; 
llegar a su rotundo henchido corazón 
a su poso de cristal 
a su médula. 
Pero no con el cuchillo 
—por el filo el corte— 
no con el ajeno utensilio y la pericia. 
Con las manos tendré que desgajarla 
con las uñas escarbar su carnadura, 
y lloraré incontenibles lágrimas 
y su sabor será mi sabor 
y su olor agrio mi marca. 


PORTILLO


Pronto subirá la marea

y el mar cubrirá la filigrana extensión 
de los corales.
También borrará tus pisadas en la arena; 
sólo sobrevivirá esta sed de azul,
su fijeza obstinada.


PRIMER ENCUENTRO

Marco mi territorio con la lengua,

la tierra de carne y hueso donde retoña el instante
hasta abrir los cauces de la eternidad:
alto pelaje nocturno poblado por mis huellas,
escrutable en sus orificios,
en el gozo presentido que asciende por celajes de temblor 
como pez en vorágine de líquenes y armas tibias.
No hay reparos que no deshaga mi lengua 
ni espacio intocado que no explore
este lento acariciar mamífero en la noche del primer fuego, 
hombre y mujer descubriéndose,
olisqueándose donde crece una flor viva
y la sed abreva en pozos y estalactitas intimas.
Aquí hueles a cardumen y médanos tibios,
aquí rezuma un dulzor que extiende su espesura
y se derrama como ofrenda en la planicie esférica del vientre. 
Movimiento miscible. Desgarradura de velámenes.
Yo oigo el ir y venir del tiempo en su marea,
dejándome ir me encuentro conmigo en lo que abrasa 
—entraña henchida de goce y soledades—
y entre un latido y otro
acezante
la infinitud de la pequeña muerte.


VISIÓN

No me habló el ángel. 

Sólo extendió sus alas
y me miró 
Desde la inmensa soledad
de la belleza.


ZOOLOGÍA


Blando el cuerpo. Desvalido como cachorro 

en el blanco océano de las sábanas,
vela al viento suave la respiración 
dejándose ir por el sueño y sus parajes; 
las piernas abiertas, los brazos en aspa,
las manos de anhelante mamífero hacia arriba, 
hacia el cielo pintado.

Sin alas, sin estratagemas para escapar. 

Sin los cerrojos que callan la boca.
Sin ordenanza.

Puedes acariciar su lomo. Contar una a una 

vértebras y articulaciones.
Olerlo. Seguir el rastro de sus humores: 
espeso en la corva, en la ingle amargo, 
en el vello como velo en la piel;
detrás como marisma, en las ancas. 
Rozar la boca sin riesgos. Sin lengua. Sólo 
    con los labios.
Puedes engarzar tus dedos con sus dedos, 
llamarlo por su nombre vulnerable
y quedarte en su pecho como si fuera tabla de
salvación para el naufragio. 
No te fíes: despierto clavará las garras.
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